martes, 23 de diciembre de 2014

Filipinas

Las fotos que enseño a continuación difícilmente reflejan las maravillosas experiencias y extraordinarios parajes visitados durante mi estancia en las islas Filipinas. ¿El motivo? Simple, que durante la mayor parte del tiempo no he utilizado la cámara, bien porque las excursiones han sido marítimas, bien porque en un exceso de relajación me la he dejado en el hotel. Así que intentaré apoyarme en las palabras para que entendáis las experiencias que he vivido, y usaré links con información mas detallada.

Llegué a Manila desde Hong Kong el pasado 19 de noviembre. El cambio fue radical, nada más salir del avión ya noté el bofetón de calor, tan denso que al instante tenía la ropa pegada al cuerpo. Cogí un autobús y me dirigí a conocer a Rica, mi huésped durante las primeras noches en la capital. La suciedad te da la bienvenida a la ciudad, y los altos niveles de pobreza se perciben de inmediato: las chabolas se mezclan entre los edificios dando en conjunto una sensación de gente, coches, tráfico y caos infernales.

Lo único positivo de Manila fue poder recoger la tarjeta SIM que me habían enviado desde España. Según la tuve en la mano lo tuve claro: había que salir de allí lo antes posible. Dicho y hecho, compré un billete de avión destino a la isla de Bohol para el día siguiente y dediqué la tarde a ver el, algo decepcionante, legado español en el centro histórico.

Una vez en Bohol me subí a mi primer jeepney y me moví a la isla de Panglao, separada de su hermana mayor por un par de puentes. Allí todo cambió de repente, por fin aparecía ante mis ojos la imagen de Filipinas como un país lleno de playas blancas y aguas azul turquesa. Mi primer alojamiento fue en un complejo de cabañas escondido dentro de un bosque de cocoteros. Y por fin, después de una larga espera, ¡a bucear!

La vida submarina es muy rica en diferentes especies, tortugas marinas gigantescas, pulpos y sepias, langostinos y cangrejos, peces loro, león y muchos más. Pero no solo ofrece buceo la zona: alquilar una moto por 6 euros y viajar a lo largo de la isla de Bohol, ver los Tarsier (primates nocturnos de ojos enormes), las colinas de chocolate y los campos de arroz hicieron de esta isla una experiencia única.

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Después de casi una semana en Panglao y con mi título de Advanced Open Water Diver en la mano tocaba un cambio, así que siguiendo el consejo de mi gran amigo Kiko opté por dirigirme a la isla de Malapascua, uno de los mejores destinos de buceo en Filipinas.

Malapascua es una isla muy pequeña, pero sus aguas esconden un tesoro. Es uno de los pocos sitios del mundo con profundidades asequibles para la mayoría de buceadores donde se puede ver el tiburón zorro. Dicho tiburón vive a profundidades de 500 m, pero con la salida del sol suben hasta 25-30 para que las rémoras le hagan un baño matutino.

Aquí en Malapascua, alojándome por dos duros en un resorte prácticamente de lujo y teniendo excepcionales salidas al mar, me he sentido viviendo unas vacaciones dentro de las vacaciones.

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El siguiente destino es Moalboal, en la isla de Cebú. Allí, más buceo y una experiencia única: hacer snorkle (solo tubo y máscara) dentro de un banco de sardinas, realmente magnífico. Además, visita a las cascadas de Kawasan, unas cataratas de película en el interior de la isla. De camino a las cascadas pude observar gallos de pelea, un "deporte" típico aquí. Estos gallos tienen un plumaje excepcional. 

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De isla en isla ya había pasado la mitad de mi estancia, pero guardaba el plato fuerte para el final, Palawan y los barcos de guerra japones hundidos en Coron.

Ya con la lección aprendida, huir de las ciudades, cojí un avión destino a las islas Palawan y, recién aterrizado me dirigí a Sabang para poder observar un río subterraneo que corre durante ocho kilómetros bajo las rocas y se puede navegar en pequeñas barcas, patrimonio natural de la UNESCO. Viaje de ida en barco y de vuelta trekking a través de la jungla, muy bonito.

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Después de unos días aquí y cuando estaba de camino a El Nido, en el norte de la isla nos llegó la noticia de que un gran tifón estaba de camino y aunque no nos iba a tocar directamente decidí parar unos 100 km al sur, en Port Bartron para escapar de las lluvias.

Port Barton es un pequeño pueblo, al que se accede por una carretera sin asfaltar, que sólo cuenta con un par de calles y una larga playa donde se encuentran los hoteles y restaurantes. Es un destino idílico si quieres escapar del resto de turistas que se dirigen masivamente a El Nido. Debido a las malas condiciones del mar poco había que hacer, así que me dediqué durante un par de días a la lectura y a visitar otras cataratas que no eran tan espectaculares pero sí tenían un buen paseo antes de llegar.

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Por fin, destino a El Nido, centro de la vida mochilera en Palawan. A la espera de el que el tifón pasase de largo y las condiciones del mar fuesen óptimas para la navegación, solo quedaba esperar tomando unas cervecitas con algún que otro viajero conocido por el camino.

Dos días después, salimos al mar, donde no había nada espectacular aparte de unas cuantas rayas. Eso sí, los parajes que nos rodeaban te dejaban con la boca abierta, es un lugar realmente precioso.

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Aquí me junté a mi compañero de buceo David y su novia Tess, una pareja encantadora. Juntos, nos pusimos de camino a Coron, donde nos disponíamos a visitar una flota japonesa hundida en la segunda guerra mundial por la aviación estadounidense. 

En nuestro centro de operaciones, Sea Dive y gracias a la hermandad que surge tras las jornadas de buceo acabamos formando un grupo de multitud de nacionalidades: buenos amigos que han logrado que mis últimos días en Filipinas hayan sido los mejores de todos.

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Después de un mes por estos maravillosos parajes toca de nuevo ponerse en marcha, esta vez destino a las junglas de Borneo.