miércoles, 11 de marzo de 2015

Sri Lanka y Maldivas: playas, amigos y naturaleza

Tras los días pasados en Malasia el viaje me llevó a Sri Lanka, preparado para vivir un nuevo cambio de cultura y pasar unos días con Feno, Alicia y Teresa, con quienes tenía pensado pasar la noche vieja en la playa de Mirissa, al sur del país.

Mirissa es sencillamente excepcional, una playa de arena fina con grandes olas, donde los restaurantes y bares se esconden entre cocoteros. Pasamos dos días los cuatro juntos, después de casi cinco meses sin ver a ningún amigo. Tengo que decir que, después de haber pasado la nochebuena solo, fue una gozada tener tan buena compañía para acabar elaño.

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Después de una nochevieja magnifica y encantado con mi nueva compañía surgió un cambio de planes. Me uní a mis nuevos compañeros en su viaje a las islas Maldivas, relativamente cercanas a Sri Lanka y tan maravillosas como uno se imagina antes de ir. En concreto, nos alojamos en la isla de Maafushi, donde ha surgido un nuevo turismo apartado de los resorts de lujo que hacen que el país sea más asequible para el visitante de clase media.

Los días allí pasaron tranquilamente. Nos dedicamos a bucear y a pasar las tardes en una hermosa playa con agua azul turquesa y un arrecife cercano, donde pudimos ver multitud de peces, tortugas y rayas águila.

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El momento más espectacular en las Maldivas fue la segunda jornada de buceo, donde nos encontramos con un grupo de delfines jugando alrededor de nuestro barco. Bajo el agua, vimos varios tiburones de punta blanca y un gran tiburón gris que imponía su respeto mientras observaba con curiosidad al grupo de buceadores. 

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Y como todo lo bueno se acaba, después de un inigualable comienzo de año en el paraíso tocó la vuelta a la soledad. Feno, Teresa y Alicia volvieron a España, y yo continué mi periplo en Sri Lanka.

Colombo no ofrece nada especial. Pasé unos días conociendo la ciudad y, ante la imposibilidad de sacar el visado Indio (coincidió con el fin de semana) me dirigí a Kolupitiya: un par de días más de playa y vuelta de nuevo a la capital. Allí entregué los papeles en la embajada india y puse rumbo al centro del país y su denominada capital cultural, Kandy.

Poco a poco fui adentrándome en la cultura local, visitando mercados, aprendiendo los diferentes tipos de comida, principalmente rotis y currys, picantes y muy sabrosos. También pude descubrir el afable carácter de la población local, conversando a todas horas. Eso sí, siempre después de algún tipo de oferta, tuk tuk, hotel, comidas... 

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Desde Kandy puse rumbo a Sigiriya, una gran roca rodeada de ruinas. Es una construcción muy interesante, pero a mí sólo me recordó que me interesan mucho más los monumentos creados por la naturaleza que los realizados por la mano del hombre. Desde la cima de otra roca cercana se observaban unas agradables vistas. 

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Una vez visitadas las ruinas de Sigiriya, me puse en rumbo a Nuwara Eliya, una ciudad conocida por sus plantaciones de té. De ahí, continué a Udawalabe, un parque natural situado en el sur del país donde se pueden observar elefantes y pavos reales salvajes, además de multitud de otros animales. Una pena que no tuviera la oportunidad de ver ningún leopardo. 


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El viaje al sur me llevó de nuevo a Mirissa. Pero ya no era lo mismo. Esta vez me faltaba algo. Volver al mismo lugar donde pasé mis primeros días en compañía de amigos me produjo cierta nostalgia, así que al día siguiente me puse de nuevo rumbo a Colombo para recoger mi visado indio.

Los últimos días los pasé en Hikkaduwa, otra vez en el sur del país, buceando en las aguas del índico. La experiencia fue un poco decepcionante si lo comparo con las otras inmersiones realizadas a lo largo del viaje. Después de esto, volví de nuevo a Colombo dispuesto a realizar un largo viaje que me llevaría a la India. Poco tiempo después, el rumbo era España, donde había decidido pasar el mes de febrero, antes de volver a las andadas, esta vez acompañado de mi amigo Dani.

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