miércoles, 15 de abril de 2015

Indonesia: arrecifes, funerales y volcanes

Después de unas pequeñas vacaciones a medio camino entre España y Portugal, el 2 de Marzo retomé el viaje de nuevo, esta vez destino a Indonesia. En esta ocasión ha sido diferente a agosto, ya que me acompañaba desde el principio mi amigo Dani. 

Volamos por separado: yo con escala en Amsterdam y él con escala en Doha, pero nos encontramos en Yakarta para emprender juntos el viaje a nuestro primer destino, Bali.

Nada más aterrizar en el aeropuerto de Dempasar, la capital de la isla de Bali -y como ocurre normalmente en el sudeste asiático- nos abordó una multitud de taxistas intentando ofrecernos sus servicios a unos precios exorbitados. La situación ya la teníamos prevista, así que sólo tuvimos que salir 100 metros de la terminal para encontrar un coche a precio razonable y dirigirnos al hotel. Tocaba descansar un poco después de coger tres aviones y pasar un día entero viajando.

Dempasar es un agobio. Calles llenas de tiendas, mucho tráfico y demasiados turistas. Sin pasar más que la primera noche allí, nos dirigimos a Ubud, en el centro de la isla y aprovechamos los primeros días para ver un bosque llenos de monos, algunos templos y una danza balinesa.

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Ubud dio paso a Tulamben, en la costa norte de la isla. Dedicamos los siguientes días al buceo, visitando el USS Liberty, un barco hundido situado muy cerca de la playa y viendo algún tiburón de punta negra.

Estos primeros días en Indonesia tuvimos bastante lluvia, ya que el monzón estaba dando sus últimos coletazos, y con miedo a que en las islas de Lombok y Flores el tiempo fuese igual al de Bali decidimos dar un giro a nuestro plan de viaje y dirigirnos al norte, a la isla de Sulawesi.

Antes de volar a Sulawesi cruzamos a la pequeña isla de Lembongan, ya que no queriamos irnos del país sin ver manta rayas. La impresión que nos llevamos de allí fue muy positiva. No hay tanto agobio turístico, lo que hizo que la isla nos gustase mucho más. Además, tener el privilegio de bucear junto a tres gigantescas rayas es algo que no tiene precio.


El cambio a Sulawesi fue un acierto total. Ya en nuestro primer día en la región de Tana Toraja nos sorprendió poder integrarnos con la población local, ya que apenas había turistas. Además, y aunque creíamos que no podríamos asistir a ningúno -se suelen celebrar en los meses de verano- tuvimos la suerte de ver un par de funerales.

Tana Toraja sorprende de primeras por sus peculiares edificaciones. Los tejados de casas y graneros se alargan en los extremos. Originalmente se debía a que las primeras construcciones fueron barcos traídos al interior desde las zonas costeras, pero con el paso de los años se han ido prolongando de tal manera que recuerdan los cuernos de un búfalo, animal muy importante dentro de la cultura local.

En nuestra primera mañana, una vez contratados los servicios del pequeño Nicolás (nuestro guía local), fuimos directos a presenciar una ceremonia funeraria. Era de una familia de clase alta y llegamos en el último día de celebración. Consistió en la matanza y despiece de tres búfalos, una comida para toda la comunidad y una ceremonia religiosa (cristiana protestante) antes de enterrar a la difunta, que por cierto, llevaba muerta más de un año y la habían mantenido en la casa hasta conseguir el dinero suficiente para celebrar un funeral acorde a su clase social.

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Después del funeral nos montamos en las motos e hicimos una pequeña ruta por la zona.

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Al día siguiente nos esperaba otro funeral, este de una familia de mayor rango social, en el que iban a sacrificar unos 40 búfalos. El primer día lo dedicaban a presentaciones de los distintos grupos de la comunidad, que presentaban sus respetos al difunto y ofrecían regalos a la familia. En este caso solo nos quedamos un rato, ya que nuestro objetivo del día era realizar un trekking por los arrozales de la zona, pasando por varias aldeas.

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El ultimo día en Tana Toraja lo dedicamos a ver la zona en moto, ya sin la compañía de nuestro guía. Otra vez comprobamos la estrecha relación que tienen los torajanos con la muerte. En nuestra ruta nos encontramos con unas cuevas llenas de ataúdes y calaveras y además un par de árboles donde se encontraban enterrados varios bebés.

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Es tan poca la relación que tiene la gente de esta zona con los turistas occidentales que en multitud de ocasiones nos paraban y pedían que nos hiciésemos fotos con ellos, casi como si fuésemos famosos.

Tras los días pasados en Tana Toraja pusimos rumbo norte, a la pequeña isla de Bunaken, donde pasamos cuatro días dedicados al buceo y al descanso. Esta isla forma parte de un parque marítimo, que alberga más de 390 variedades de coral, así como una gran multitud de peces, tortugas y animales marinos en general.


Ya con las pilas cargadas, pasamos de nuevo a la isla de Sulawesi, visitando el parque natural de Tangkoko, donde vimos társidos, Esta vez, a diferencia de cuando los vi en Filipinas, era de noche y estaban en plena actividad los majestuosos pájaros Hornbill (foto de Google) y unos pequeños marsupiales llamados Cuscus, encaramados a las copas de los árboles. Cerrando la ruta, disfrutamos de la compañía de dos grupos de macacos negros.

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La visita a Tangkoko fue el cierre perfecto al periplo por Sulawesi y la confirmación de que el cambio de planes había sido un éxito. Al día siguiente cogimos un avión destino Surabaya, en la isla de Java y una vez allí nos encaminamos hacia el monte Bromo, junto a un nuevo compañero, Vincent, con quien compartimos experiencias durante los siguientes tres días.

La subida al cráter del monte Bromo, de 2.329 metros de altura, comenzó en un puebo llamado Cemoro Lawang, situado a unos 2.200 metros sobre el nivel del mar. A las 3 a.m. comenzó la ruta, primero subiendo casi hasta la cima de un pico cercano, para disfrutar del amanecer con la vista del cráter al fondo y continuando después hasta la propia arista del volcán. Por primera vez en mi vida veía un volcán activo desde tan cerca y he de decir que impresiona. El vapor humeante de la caldera es continuo y el paisaje parece propio de marte.

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La visita al monte Bromo, si bien espectacular, era solo el aperitivo de lo que íbamos a ver en la isla de Java. Nada más bajar de volcán, nos pusimos en rumbo a Ijen, un complejo de volcanes situado al este de la isla donde pudimos entrar en la mismísima caldera y observar los fuegos azules que se originan cada noche debido a la combustión de gas sulfúrico, así como la recogida de azufre por parte de los mineros de la zona. Estos trabajadores realizan entre dos y tres viajes cada día, subiendo y bajando el volcán cargados con unos cestos que suelen pesar entre 80 y 100 kg. Debido a las emanaciones de azufre y a la escasa protección, su esperanza de vida no es muy alta.

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Fascinados y agotados por las ultimas visitas, comenzamos el viaje de retorno a Yakarta. Nuestro tiempo en Indonesia estaba llegando a su fin, pero todavía nos quedaba una última cosa que ver, haciendo parada en la ciudad de Yogyakarta pudimos observar el templo budista de Borobudur y el templo hinduista de Prambanan.

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Este ha sido uno de los destinos más apasionantes que he visitado en todo este tiempo que llevo viajando. Por varios motivos, desde la gran variedad de visitas y paisajes, natural y culturalmente hablando, hasta el carácter tan afable de la población indonesia. Por último, pero no por ello menos importante, ha influido mucho el gran compañero que me ha acompañado en este tramo de mi aventura. Muchas gracias, Dani. 

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